“La situación se estaba poniendo fea. Sabía que, si no cooperaba con ellos [se refiere a una pandilla local] y les entregaba mi salario al terminar la semana, me iría mal. Por eso, en cuanto llegué a mi casa le pedí a mi esposa que preparara una maleta, mientras yo arropaba a mis hijos y, al día siguiente, antes de que amaneciera, ya estábamos caminando rumbo a la frontera con Guatemala”.