Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el confinamiento generado por el coronavirus SARS-coV-2 ha trastocado la vida de casi 1600 millones de estudiantes a nivel global, debido básicamente al cierre de escuelas y centros educativos, desde nivel prescolar hasta posgrado, cuyas consecuencias tendrán un efecto en el corto y mediano plazo en la vida de todas aquellas niñas, niños, adolescentes y jóvenes que han visto interrumpida su preparación académica.

Estimaciones de ese organismo internacional indican que la emergencia sanitaria provocada por el COVID 19 -que obligó a millones de estudiantes a permanecer en sus hogares para prevenir y mitigar los contagios- visibilizó pero también agudizó la desigualdad que enfrentan muchos estudiantes del planeta, sobre todo por el cierre de instituciones educativas, la falta de acceso a recursos tecnológicos (entiéndase televisores, computadoras, tabletas y, por supuesto, internet), además de que –según la ONU- 24 millones que cursaban desde educación elemental hasta universidad, se verán en la necesidad de abandonar sus estudios por el impacto económico generado por el coronavirus, lo cual se traduce en cierre de fuentes de trabajo y despidos, que se seguramente obligará también a muchos a buscar empleo para contribuir al gasto familiar.

Ahora bien, si esto representa un serio problema en países desarrollados, para las naciones con economías emergentes la situación es aún más complicada, sobre todo si se toma en consideración que, de acuerdo a Naciones Unidas, antes de la pandemia “los países de renta baja y media tenían un déficit de 1,5 billones de dólares anuales en el rubro educativo”.

Mientras que estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) señalan que, desde el inicio de la pandemia, siete de cada 10 jóvenes que estudian o que combinan su educación con alguna actividad laboral se han visto afectados por el cierre de escuelas, universidades y centros de trabajo, lo cual se agrava en los países con ingresos más bajos, como el nuestro.

Sólo 18 por ciento de los jóvenes que viven en naciones de bajos ingresos -dice el Organismo-, pudo continuar con su formación académica en línea, mientras que en países con mejor situación económica dicha cifra se eleva a 65 por ciento, lo cual tendrá severas repercusiones no sólo para el desarrollo educativo de las presentes generaciones, sino también para su futuro profesional y su proyecto de vida.
Además de ello, se debe hacer énfasis en que al interior de cada país se pueden observar desigualdades estructurales que es preciso atender, a fin de que no se vulnere el derecho a recibir educación (consagrado en el Artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) de las llamadas nuevas generaciones.

 

Niño sentado frente a un televisor.

Muestra de ello es que existen niñas, niños, adolescentes y jóvenes que enfrentan un riesgo enorme de ver truncada su preparación académica, por pertenecer a poblaciones rurales y marginadas que viven en pobreza o pobreza extrema, que integran comunidades indígenas, los que pertenecen a grupos de personas migrantes y/o desplazadas, quienes viven con alguna discapacidad o condición de salud como cáncer o VIH/Sida.

En el caso de nuestro país, el confinamiento provocado por el COVID 19 provocó que desde mediados del mes de marzo pasado se cerraran los diversos planteles educativos, por lo que las clases presenciales, desde nivel prescolar hasta posgrado, pasaron a una modalidad en línea, en la cual docentes y alumnos tuvieron que concluir el pasado ciclo escolar desarrollando sus tareas y actividades escolares en casa.

Tal como ocurrió a nivel internacional, en México la pandemia agudizó las carencias que atraviesan muchos hogares, tanto para acceder a internet como para disponer de aparatos tecnológicos (computadoras y tabletas, teléfonos celulares) que les permitieran a los alumnos mantenerse en contacto con sus profesores, principalmente en comunidades rurales e indígenas de nuestro país, además de que un número importante de docentes ha enfrentado severas dificultades para acceder también a las nuevas tecnologías y adaptar los contenidos educativos a la nueva “realidad virtual”.

En el caso de México, la crisis educativa que enfrentan los jóvenes no sólo tiene que ver con el acceso a las nuevas tecnologías -deficiente o francamente nula en regiones apartadas y comunidades indígenas, ya que según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 641 mil 576 estudiantes de educación superior no continuarán con su preparación universitaria y de posgrado por la pandemia.